Ruta del Guadiana

Ruta del Guadiana

La Ruta del Guadiana tiene más de 160 km y pasa por lugares como Castro Marim, Alcoutim o Cacela Velha.

Allí donde el cansado río peninsular lanza extasiadas miradas a los últimos fulgores de belleza antes de morir en brazos de las más calientes aguas de Portugal; allí donde las fronteras no son el gran curso de agua, sino que fronteras, menos marcadas, es cierto, son las que separan litoral, barrocal y sierra.

Devoramos los tres países algarvíos en el camino: del extenso pantano guardado por el castillo y por la cal de Castro Marim, al vasto conjunto acuífero que da de beber a medio Algarve. De los intensos paisajes de matorral de los que apenas humanos bultos oscuros son guardianes, al espejismo de Martinlongo, villa inusitadamente joven y viva, perdida en el paisaje del Alentejo.

Por el medio encontraremos tierras de menhires prehistóricos y medievales castillos encantados, desde donde divisamos las velas de los soñadores de ahora en el serpenteante Guadiana. Después de capturar su generosa belleza, disfrutaremos de sus pescados de agua dulce en cualquiera de las tasquitas al lado de su desembocadura, en Odeleite.

Allí, donde la desertificación convirtió en museos lo que eran escuelas, miraremos con ojos citadinos el día a día de tiempos remotos. Y podremos transportar entre las múltiples curvas de la sierra los productos de telares, alfarerías y un saber acumulado durante siglos.

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Resumen del Recorrido de la Ruta del Guadiana

Dimensión del Recorrido: +/-163 km.

Itinerario: Castro Marim » Monte Francisco » Junqueira » Azinhal » Alcaria » Foz de Odeleite» Álamo » Guerreiros do Rio » Alcoutim »

Pereiro » Alcarias » Martilongo » Vaqueiros » Cortelha » Corte do Gago » Santa Rita » Vila Nova de Cacela » Cacela Velha » Castro Marim.

Acerca de la Ruta del Guadiana

La Ruta del Guadiana va en busca de los secretos de una cultura secular, rondando el circuito de las alquerías (aldeas) que los árabes conocían o fundaron, en los tiempos de Al Andalus.

Seguirá el Guadiana, el río grande del sur, carretera azul por donde varios pueblos circularon intensamente, a través de paisajes con encanto, donde el hombre dejó su marca, sin impedir, no obstante, que otras especies viviesen allí, en un equilibrio notable.

La Naturaleza lo agradece, correspondiendo con colores, olores y sabores.

Castro Marim, el kilómetro cero de este paseo, es una de las localidades más antiguas del Algarve, de comprobado poblamiento remoto. Ya en el 5000 a. C existían aquí pueblos que explotaban el metal, que erigieron un castro en el lugar del actual castillo para defenderse. Los romanos hicieron pasar por allí la carretera que, siguiendo el río, iba hasta Lisboa pasando por Alcoutim, Mértola y Beja. Por aquí entraba el comercio venido del Mediterráneo.

Los árabes aumentaron su importancia durante su dominio, que duró cerca de cuatro siglos, hasta 1242, momento en que Don Paio Peres Correia la conquistó.

En ese periodo, el tamaño de la desembocadura del Guadiana era diferente y la villa estaba más próxima al mar, una isla rodeada por aguas bajas.

Antes de nada, visitemos Castelo, sede de la Orden de Cristo en el s. XIV. En la amplia plaza se yergue el Castillo Viejo del s. XI/XII, envuelto por la cerca amurallada que tiene su origen en los s. XIII/XIV y que definía, a su vez, la población medieval.

Localizado en la cima del monte, constituye un mirador impar del río Guadiana, de las salinas y de los estuarios.

Las casas encaladas, con ventanas y puertas bordeadas por listas coloridas, no huyen del modelo de arquitectura tradicional. En la Plaza 1º de Mayo se encuentra la Iglesia parroquial, con un bello panel de azulejos. La azulejería es un arte árabe que los portugueses desarrollaron con imaginación y versatilidad.

En dos colinas próximas, se pueden ver la Ermida de Santo António (Ermita de San Antonio) y el Forte de S. Sebastião (Fuerte de San Sebastián), parte integrante de las murallas que envolvían todo el caserío, siendo visibles todavía algunos fragmentos.

Basta con descender hasta el jardín próximo al río para tener las salinas allí a mano.

El sol hace brillar los minúsculos cristales, espejos que refulgen en blancas pirámides que se recortan en el azul del cielo. Se distinguen los movimientos seculares, los utensilios inmutables de los salineros que levantan, poco a poco, las montañas blancas, determinando la fisonomía del lugar.

La villa tiene el privilegio de estar situada en las márgenes del Guadiana, embebida en la Reserva Natural del Pantano de Castro Marim y Vila Real de Santo António, sin agua de más o tierra de menos, en un delicado equilibrio cromático.

Esta fue la primera reserva natural creada en Portugal e incluye salinas, charcos, estuarios, pastos y grandes extensiones sin vegetación, las charcas.

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Durante la invernada, innumerables especies de aves buscan aquí comida y abrigo y es lugar privilegiado para la reproducción de peces, moluscos y crustáceos.

La cigoñuela es una de las aves residentes, pero es fácil sorprender el vuelo de la cigüeña, de los flamencos y de la garcilla bueyera, entre tantas otras, algunas poco comunes y difíciles de observar en territorio portugués.

En caso de que la llamada de las curvas dengosas del río sea difícil de contener, satisfágala con un corto crucero río arriba.

Continuando con los pies en la tierra y los ojos en las márgenes, el desvío hacia Monte Francisco, en la IC 27, nos lleva a la sede de la Reserva, lugar ideal para satisfacer la curiosidad sobre este pequeño paraíso.

Siguiendo en dirección norte por esa vía, en Junqueira se percibe que la artesanía es una actividad de la calle, haciéndose la empleita bajo el umbral de la puerta, en amena charla con las vecinas.

Media docena de kilómetros más adelante llegamos a Azinhal. Esta encantadora aldea es uno de los seis “encinares” del Algarve. La Iglesia parroquial, en el extremo oriental de la población, es poco común, con una cúpula semejante a un faro, una nave redonda y una pequeña cúspide. El molino de viento próximo, aunque inactivo, posee una vista magnífica sobre el Guadiana y España.

Aún menos común es el museo El Saber de las Mujeres instalado en el Centro Cultural de Azinhal, que lanza una mirada atenta al papel de las mujeres en la comunidad. Todavía son ellas las que mantienen la llama familiar, cuidan de los campos y de los hijos y aún les sobra tiempo para la delicada artesanía del encaje de bolillos. Las bolilleras de Azinhal crearon los encajes de hojas, inspirados en hojas de diversas plantas. El encaje es originario de Flandes y habría llegado al Algarve de la mano de los comerciantes que se trasladaban al puerto de Amberes para comerciar con higos secos y otros productos.

Los bolillos se trabajan en una almohada apoyada en una canasta de mimbre hecha a tal efecto. El molde, de cartón grueso, es agujereado por los picos (alfileres) que permitirán desarrollar el bordado. Los bolillos, que aguantan el hilo de algodón peinado, están hechos de adelfa.

No se puede partir de Azinhal sin antes probar los pasteles regionales, igualmente salidos de la mano femenina, hechos en la pastelería A Prova, una pequeña fábrica que conserva los métodos artesanales.

Siguiendo en dirección norte, no deje pasar el cartel indicador del recorrido alternativo hacia Alcoutim, en el kilómetro 16, y gire ahí en el sentido del río. En Fonte do Penedo las casas bajas esconden telares y la pizarra se encarama en muros que protegen culturas y ganado. Alcaria está situada en la cima de una subida suave, y si para en uno de los cafés o tasquitas, conviene probar el queso de cabra y unas lonchas de buen jamón. Va a ser difícil resistirse al olor, en caso de que esté la cazuela al fuego preparando unas sopas de liebre o un conejo frito.

Unas curvas más adelante, el agua acecha entre los montes. Foz de Odeleite es una minúscula aldea encaramada sobre el barranco, al lado, el río desemboca en el Guadiana. Atravesado el puente, el entorno surge como un paraíso natural con las casas sobre las escarpas más altas de la margen del Guadiana y las huertas y las viñas corriendo hasta el río, en el que hay pequeños fondeaderos. De vez en cuando pasan los barcos de pesca artesanal y algún que otro velero de recreo.

No pasarán más de 4 km hasta encontrarnos con Álamo, donde se descubrió una villa romana y una importante presa de la misma época, de muros espesos, seis contrafuertes y más de 40 metros de largo que almacenaba el agua del río Fornalha.

El Museo del Río es el orgullo de la población que tiene el extraño y bello nombre de Guerreiros do Rio (guerreros del río). El acervo cuenta la historia del río Guadiana y sus actividades pesqueras desde los cartagineses.

También apetece parar en una tierra que se llama Montinho das Laranjeiras y pasar de las palabras a los actos, donde es posible entrar en la taberna más antigua de todo el municipio de Alcoutim, con una decoración que armoniza con los muchos años de servicio.

Los romanos también consideraron el lugar agradable y apacible, como atestiguan las ruinas de una villa aquí construida en los s. XI- XII.

Alcoutim aparece después de una curva cerrada de la carretera y del Guadiana, inicio de un desfiladero que la villa ocupa en anfiteatro.

En la otra margen, está Sanlúcar del Guadiana.

Por las callejuelas estrechas de la ciudad vieja, se llega al Castillo de Alcoutim construido en el s. XVI, no sin antes haber pasado por la Igreja da Misericórdia (Iglesia de la Misericordia), la Ermida de St. António (Ermita de San Antonio) y la casa de campo de los condes de Alcoutim. La Iglesia parroquial es una de las primeras construcciones renacentistas del Algarve, erguida entre 1538 y 1554, en lugar de una iglesia medieval.

Los jardines del Castillo, primorosamente tratados, son un mirador privilegiado.

Construido con pizarra de la región, allí todavía están las almenas, las saeteras y gran parte de la muralla. La puerta principal está resguardada por un bello portón de hierro forjado.

Sus fuertes paredes fueron testigos de varios siglos de historia y en la Galería del Castillo, que acepta citas para visitas guiadas, se encuentran expuestos, en la exposición Del Pasado al Futuro, restos arqueológicos desde el 5000 a. C. hasta los proyectos museológicos de hoy en día.

El castillo entraña un manantial de leyendas. Cuentan cómo bravos caballeros y bonitas princesas moras se encuentran encantados con motivo de sus amores frustrados.

Hay otros secretos entre los peñascales de la orilla del Guadiana, ligados al contrabando, que acabaron por forjar lazos estrechos con los andaluces de la margen izquierda.

Es tiempo de embreñarnos un poco más en el noroeste algarvío, por lo que tomaremos el desvío hacia Corte Tabelião (EN122-1) a la salida de la villa, que nos conduce hasta el entorno de la presa de Alcoutim. No llegan las palabras para describir lo deslumbrante del paisaje.

En la bifurcación con la EN 122, se gira hacia el sur hasta Balurcos, donde una parada momentánea nos permitirá convivir con artesanos que, en los bancos junto al umbral de la puerta, trabajan el mimbre y la caña.

Se cambia en seguida la marcha hacia la EN 124 y 9 km más adelante surge Pereiro. Su pequeño museo tiene como temática La Construcción de la Memoria.

La jara rezuma su fuerte resina y cubre la altiplanicie de roca, mostrando un Algarve casi alentejano. Las casas inmaculadamente blancas tienen, a veces, hornos en el exterior. Es fácil encontrar al albardero, que va haciendo coloridas miniaturas en los intervalos de las auténticas albardas y colleras puestas al pescuezo de los animales de carga para que las soporten. En unas y otras no falta la decoración.

Aquí se impone un pequeño desvío para visitar las Alcarias. Para llegar a Alcaria Queimada se pasa por Alcaria Cova de Cima, un poco más adelante está Alcaria de Baixo y también Alcaria a secas.

Montes antiguos que conservaron la toponimia árabe y se extienden a lo largo del río Foupana. Un paisaje diferente, en el que el toque agreste es suavizado por el agua.

De regreso a Pereiro, por entre tierras de pizarra, recorremos los 10 km que nos separan de Clarines, inmóvil en el tiempo, que conserva toda su identidad. La Ermita de Oliveira, construcción medieval, se esconde entre las calles estrechas.

Dice la leyenda que poner la cabeza en el agujero del tronco del olivo que se encuentra junto a la iglesia cura las cefaleas.

Es momento de seguir hacia Giões, donde las calles acompañan dulcemente a las curvas del nivel de la sierra profunda. Su templo, quinientista, está en el punto más alto de esta tierra. Son famosos los zapatos hechos a medida por el zapatero de Giões. Para llegar al río Vascão se pasa por el Cerro das Relíquias, donde hay restos arqueológicos. Por el camino, muchos serán los encuentros inmediatos con pájaros y, llegando al agua, con ánades reales. Hay un molino cerca del puente.

De nuevo en la EN 124, llegamos a Martinlongo, la tierra más populosa de la altiplanicie de Cumeada do Pereirão. Cuenta la historia que el nombre de la aldea proviene de un habitante de nombre Martín que era muy largo (“longo”, en portugués), solo que no se sabe si era largo de alto o largo de vida. Al sureste, en el Cerro do Castelo (2 km) hay unas ruinas de un castillo romano.

Un grupo de artesanas montó el taller de muñecas de yute llamado A Flor de Agulha. Las miniaturas retratan figuras típicas de la región, bautizadas con los nombres de los “modelos” originales. Leñadores, pastores y segadoras ganan un nombre y una historia. Tampoco se puede dejar de echar un vistazo a la alfarería y cerámica de Martinlongo. La Iglesia parroquial tiene su origen en una antigua mezquita de la que se conserva el minarete adaptado a campanario.

En términos de gastronomía destacan la miel, el pan, los embutidos, los pasteles regionales y el queso de cabra. Un guiso de cordero o un cocido de garbanzos son sabrosas alternativas.

Por la EM 506 solo nos separan 12 km de Vaqueiros, donde nos espera un tesoro escondido en el Algarve, cuya búsqueda debe efectuarse en Cova dos Mouros, un parque minero que cuenta la historia del hierro y de la extracción de metales en la región. Minas antiguas, objetos y viviendas primitivas abarcan actualmente cerca de 1.800 años de historia.

En la Iglesia parroquial, la cigüeña decidió crear su nido junto al campanario.

A través de un tramo de la EM 506 particularmente bonito, pasaremos por Fernandilho, aldea donde un artesano reunió una increíble colección de miniaturas de animales que él mismo hizo con viejas ramas y raíces.

En Fortim, la casa de comidas tiene una original decoración y le sigue el Monte de Estrada. Aquí cortamos en dirección sur, dejando la EM 506 1 km después de la población. Desde Vaqueiros recorremos 24 km, y unos pocos más nos conducen a Anta das Pedras Altas.

Las localidades, aquí conocidas por montes, albergan solo algunas decenas de habitantes y se suceden a pocos kilómetros unas de otras, siluetas de la cultura serrana, con colores y motivos tradicionales alegrando las casas.

Fácilmente llegamos a Cortelha, gozando entretanto del magnífico panorama del río Beliche que serpentea por el valle. Por la EM 509 pasaremos por Corte do Gago siguiendo las Alcarias Grandes, una designación recurrente en este recorrido, que rodean la albufera, a la que se accede por una carretera viniendo de la última Alcaria. De regreso a la EM 509 pasaremos por Marroquil (6 km).

Molinos y norias murmuran sus cánticos suaves, del horno de leña sale un penacho de humo. Cantan las calandrias, las perdices levantan el vuelo asustadas.

Giramos hacia el sur en dirección a Santa Rita, y pasamos por la pintoresca Corte de António Martis por una de las más bellas carreteras algarvías.

Durante 30 kilómetros, la vista se explaya por las playas a un lado de la vía, mientras que del otro surge la sierra rural. El Parque de Rocha dos Corvos, donde resultará agradable parar y escudriñar el paisaje, se encuentra a apenas 1 km de Santa Rita, lugar de transición entre el litoral y la sierra, donde todavía se encuentran restos de una presa romana que atravesó el valle de lado a lado permitiendo aprovechar las aguas del riachuelo para regar. Las casas, coronadas por chimeneas típicas, con sus puertas abiertas, son muestra de hospitalidad y simpatía.

Es fácil seguir las indicaciones hasta Vila Nova de Cacela, el lado rural de la parroquia, que se extiende hasta el mar y hasta la aldea de Cacela Velha.

Finaliza esta ruta con los perfumes del pasado, donde las tradiciones todavía son el cuño del día a día, marcadas por las aguas dulces de los ríos y riachuelos, de las fuentes y acequias, usando la modernidad de la Vía do Infante para llegar al punto de partida: Castro Marim.

Recordaremos entretanto al escritor transmontano Miguel Torga, en una cita perfecta para finalizar el recorrido: “El Algarve, para mí, es siempre un día de vacaciones en la Patria… ¡me apetece todo, menos ser responsable, escéptico!…”. Añadiríamos que sí que apetece disfrutar de todos los placeres que nos ofrecen los diferentes algarves.

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