Caminos más allá del Sotavento

Caminos más allá del Sotavento

La ruta de Caminos más allá del Sotavento pasa por Vilamoura, Carvoeiro, Monchique y Faro.

De mar a mar, con la sierra de por medio. Del centro del Algarve, al este de Europa, deleitémonos con el gran paseo meridional. De la capital a la capital pasando por el Algarve de los acantilados y peñascos, de las grutas y rocas, de los rincones arenosos y cuevas escondidas. Por la ladera hasta la tierra del Infante, subiendo a los peñascos y descendiendo a arenales insospechados.

Pero cantemos también al hombre, al caserío blanco que interpela al mar esmeralda; miremos las manos sabias y agrietadas, cosiendo las artes que mañana pescarán el sustento; observemos sus barcos que salpican la grandeza del arenal, humanizándolo y transmitiéndole historia; celebremos al hombre a través de los sabores, diferentes en la igualdad del mar, iguales en la diferencia de la sierra: de la cataplana de Albufeira al jamón de Monchique, del boniato de Aljezur al pescado a la parrilla de Armação de Pêra o Lagos. Y finalmente, endulcémonos la boca con el higo o cantemos al paladar con el dulce de almendra.

A la vuelta de Aljezur, regresemos por la sierra. Embobémonos en las carreteras extrañamente algarvías, por las sierras inusitadamente algarvías, por entre la vegetación insólitamente algarvía. Y en ese extraordinario paseo, olamos el otro Algarve antes de regresar a la capital para el reposo del turístico guerrero.

Resumen del Recorrido de los Caminos más allá del Sotavento

Dimensión del Recorrido: +/-351 km.

Itinerario: Faro » S.Lourenço » Almancil » Quarteira » Vilamoura » Albufeira » Armação de Pera » Porches » Lagoa » Carvoeiro » Ferragudo » Portimão » Odeáxere » Lagos » Vila do Bispo » Sagres » Carrapateira » Bordeira » Aljezur » Marmelete » Monchique » Picota » Silves » Faro.

Acerca de los Caminos más allá de Sotavento

Los Caminos más allá de sotavento nos llevan a las tierras más occidentales o de barlovento, una ruta que permite a quien se encuentra al este, o sotavento, conocer la diversidad que posee el Algarve en el otro extremo.

Partiremos de Faro, la capital algarvía de antiquísimo origen, no sin antes visitar, por lo menos, Vila Adentro, donde se encuentran la Catedral, el Convento de Nossa Senhora da Assunção (Convento de Nuestra Señora de la Asunción), el Arco do Repouso (donde descansó Don Alfonso III) y el Palacio y Seminario Episcopal. El acceso se realiza a través de tres puertas abiertas en la muralla seiscentista. Si escogemos el Arco da Vila, tendremos al lado el palacio del Gobernador, cuyo frente da al Jardín Manuel Bívar.

Mientras que por el Arco do Repouso se pasa al Largo de S. Francisco que tiene de telón de fondo la Ría Formosa que, a su vez, sirve de escenario al Convento del mismo nombre, ahora recuperado y transformado en Escuela de Hostelería y Turismo. La Porta Nova se abre directamente a un canal de la ría que nos lleva al muelle y al Centro de Ciencia Viva.

En el interior de las murallas, la Catedral se erige gótica e imponente. Desde su torre se avista todo el casco histórico, envuelto al norte por el caserío moderno de la ciudad y al sur por las aguas del mar. En el antiguo Convento de Nossa Senhora da Assunção (Convento de Nuestra Señora de la Asunción), con un curioso claustro de dos plantas, se encuentra el Museo Arqueológico.

Merece la ciudad una visita más prolongada, tal vez llegando al Alto de Santo António y a la Igreja do Carmo (Iglesia del Carmen), pasando por el caserío tradicional de Mouras Velhas o bordeando la Ilha de Faro.

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Optamos, no obstante, por seguir el viaje por la EN 125 en dirección a Almancil, haciendo una breve parada en S. Lourenço y ahí admirar su iglesita, cuyo interior está recubierto de azulejos, así como el Centro Cultural instalado en una antigua casa rural, primorosamente recuperada.

En Almancil y en los alrededores se encuentran dos de los más famosos restaurantes del Algarve, dada la proximidad de lujosos centros turísticos, construidos para no dañar las bellezas naturales del Algarve y para proporcionar los encantos del dolce fare niente de unas vacaciones de ensueño.

Atravesemos la villa de una punta a otra para, en la salida, tomar la carretera que indica Quarteira. Hay otras alternativas viarias, pero por aquí circularemos por suaves curvas hasta la aldea de pescadores que se travistió en estancia turística por medio de su maravillosa playa.

El próximo destino es Vilamoura y su puerto con el espejo de agua repleto de barcos y un entorno sofisticado de terrazas y tiendas.

La vieja Quinta de Quarteira ha sido transformada en un excelente complejo de ocio y no falta ni un Parque Medioambiental, junto al cañaveral del río Quarteira, donde anidan el calamón común y la garza imperial entre más de un centenar de especies.

En Vilamoura, se puede hacer casi todo lo que a uno le apetezca. En el puerto y en la magnífica playa de Falésia, los deportes náuticos.

Paseos peatonales, equitación o cicloturismo en las amplias zonas ajardinadas. Aunque el golf es aquí el deporte rey. El día puede completarse con un espectáculo en el casino o un baile en las discotecas. En términos culturales, el museo de Cerro da Vila y las ruinas recuperadas de la villa romana nos ofrecen una perspectiva del pasado histórico.

Manteniendo nuestro apego a las carreteras secundarias, usaremos la salida norte para dirigirnos a Albufeira, haciendo una breve parada en Balaia, una playa envuelta por peñascos coloridos con equipamientos turísticos y deportivos.

He aquí Albufeira, con sus acantilados dorados y las playas de arena clara.

Los árabes le llamaron Al Buhera (fortaleza) porque se instalaron en el cerro de la villa, una posición inexpugnable asomada sobre el mar y la desembocadura del río. Después de una vuelta junto al mirador de Pau da Bandeira, deambulemos por las calles estrechitas hasta

Meia Laranja, el corazón de la zona turística de Albufeira. La zona occidental incluye el casco histórico, con detalles de arquitectura tradicional.

Pero lo que realmente apetece en Albufeira es recorrer sus maravillosas playas de arena fina y mar azul turquesa. Siguiendo de occidente para poniente, desde Baleeira hasta Galé, pasando por São Rafael y por Ponta do Castelo, todo nos encanta.

La carretera regional 526 que tomamos al oeste de Albufeira nos lleva hasta Armação de Pêra, enclavada en una amplia bahía que va desde Ponta da Galé hasta Ponta da Senhora da Rocha.

Nada hay más sereno que su vasta playa de mar tranquilo y de un inmenso azul, que besa repetidamente la arena fina y dorada que refleja el sol. En el centro de la villa hay innumerables terrazas, en caso de que apetezca una pausa.

No deje de ir hasta el mirador natural de Senhora da Rocha, en la cima del peñasco, junto al viejo fortín romano y la capilla de capiteles visigóticos.

Pasaremos después por Porches, donde la cerámica artesanal todavía es una actividad importante, con múltiples talleres ideales para comprar el tradicional recuerdo, ya sea una delicada miniatura o una pieza que recupera en su decoración los colores algarvíos: el azul del mar y el ocre de la tierra. Junto a Lagoa, nos dirigimos a Carvoeiro. La población, en anfiteatro, se asoma sobre la playa que sirve de abrigo a los coloridos barcos de los pescadores. A menos de 1 km se encuentran las insólitas formaciones rocosas esculpidas por el viento y por el mar de Algar Seco, con sus formas fantasiosas y la romántica Baranda de los Enamorados.

Fascinante por las muchas grutas que los acantilados guardan, el cabo Carvoeiro es el lugar indicado para un viaje en barco que le permita conocer los secretos accesos de la Gruta de Pintal o de Roazes.

A lo largo de los siglos, estas cavernas marítimas de la costa del Carvoeiro sirvieron de residencia a los diferentes pueblos que estuvieron por la zona, tanto como acceso a la pesca, como para defensa de ataques piratas y corsarios.

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El cabo Carvoeiro tuvo una importancia estratégica tan grande que fue referenciado en el primer mapa impreso en Portugal, basado en otro editado en el año 1561 en Roma.

Continuando hacia Occidente, se siguen las indicaciones y fácilmente encontramos Ferragudo, en la margen izquierda del río Arade. El nombre explica por sí mismo el origen de la tierra: en la costa había un “hierro agudo” usado para sacar del mar las redes llenas de pescado. La bahía de Ferragudo termina en un pequeño castillo, hoy residencia privada.

En la margen derecha se extiende Portimão. A Portimão se accede atravesando uno de los estuarios del río para sumergirse después en el típico ambiente de los restaurantes bajo las arcadas del puente. No hay mejor sitio para probar las sardinas que llegan al puerto algunos metros más adelante.

En el casco histórico destaca la arquitectura de finales del siglo XIX e inicio del siglo XX con casas de dos plantas, de barandas de hierro forjado, canterías ennoblecidas en las ventanas y puertas, y paredes revestidas de azulejos. El perfil blanco de las iglesias o las calles estrechas del antiguo barrio de pescadores y comerciantes son alguno de los aspectos de Portimão que definen su carácter de ciudad secular.

Fenicios, griegos, cartagineses, romanos y árabes remontaron el Arade y dejaron vestigios en la región. Con los descubrimientos portugueses se edificó, en pleno siglo XV, la moderna Portimão. En el siglo XIX se convierte en un importante centro pesquero y conservero, y en el siglo XX el turismo marca la dinámica de la ciudad.

El puerto presenta un espacio apacible y una playa artificial que no es más que la continuación de la Playa de Rocha, una de las más bellas de Portugal. Imponentes, las rocas se elevan en el arenal claro con formas caprichosas.

La playa de Alvor, a su vez, es una extensión inmensa de arenas doradas escondida entre los magníficos peñascos de piedra roja. A la Ría de Alvor se le suele llamar a veces el paraíso escondido, un enclave de paisajes sorprendente donde revolotean centenares de aves en cuanto el sol se sumerge en las aguas.

La EN 125 nos conduce hasta Odiáxere, una aldea pintoresca, y si la atravesamos en dirección al mar, pasaremos por Palmares y llegaremos a Meia Praia, gozando de bellos panoramas sobre la bahía de Lagos.

Esta no es la manera más ortodoxa de entrar en la ciudad, pero ciertamente será una de las más bellas. El arenal de Meia Praia, tan extenso como alcanza la vista, está enmarcado por verdes colinas y termina en el puerto, a los pies de la ciudad. De su bahía partieron las carabelas, en la saga quinientista, en busca de nuevos mundos.

Hoy en día, mantiene el antiguo cosmopolitismo y la vieja complicidad con el mar en una de las más bonitas ciudades algarvías.

La simpatía y la acogida de la gente de Lagos forman parte de la historia: el rey Don Sebastián elevó Lagos a la categoría de ciudad, después de un viaje al Algarve en 1573, de tan impresionado que quedó con la calurosa recepción del pueblo. Vale la pena visitar sus iglesias, museos, el castillo y las murallas. Ponta da Piedade, a su vez, es una referencia obligatoria. La bahía queda a los pies, azul intenso hasta el horizonte.

El olor a mar acompaña a la gastronomía tradicional: un guiso de congrio o una alubias con caracolas, sin olvidar el delicioso filete de atún o una condimentada cataplana, son platos tentadores. Para terminar, el ineludible Don Rodrigo, con suave huevo hilado y almendra.

Cuando llegamos a Vila do Bispo, entramos en otro Algarve, el de barlovento. Aquí debería seguirse la Ruta de los Menhires, un recorrido por las piedras prehistóricas entre un paisaje rudo y amplio, donde los vientos atlánticos se dejan sentir. O tal vez la Ruta de los Contrabandistas, partiendo de aquí por la sierra de Espinhaço de Cão y después atravesando la de Monchique y también los cerros de Caldeirão, que llevaba al interior lo que el interior necesitaba y no tenía.

No podemos dejar la villa sin probar la deliciosa morena frita y el bollo de miel, y echar un vistazo a la playa de Castelejo, anidada entre acantilados.

Llegamos por fin a Sagres, el promontorio mítico, “El Cabo Cinético, donde declina la luz sideral, emerge altanero como punto extremo de la rica Europa y entra en las aguas saladas del océano, pobladas de monstruos. Después aparece un promontorio que asusta por sus rocas consagradas a Saturno. Hierve el mar encrespado y el litoral rocoso se prolonga extensamente”. La descripción fue realizada por el romano Rufus Festus Avienos en el año 350 d. C. Casi 22 siglos después, la magia y la imponencia permanecen.

En la fortaleza, se siente la presencia del Infante Don Enrique que allí soñó con la magnífica epopeya de marear y encontrar Nuevos Mundos, una aventura que solo tuvo comparación cinco siglos después, cuando los astronautas fueron a la Luna.

A simple vista está el Cabo de San Vicente, con la capilla, el convento, fortaleza y faro, el extremo sudoeste de Portugal y de Europa. Los peñascos tienen una altura de 60 m, se sumergen en la espuma furiosa de las olas y esconden muchas veces minúsculas calas de arena, casi desiertas, donde se encuentra el paradigma de la playa perfecta que nuestra imaginación persigue.

Los apasionados de la botánica encontrarán, por su parte, algunas decenas de especies de plantas únicas en el mundo, y como Sagres se encuentra en la ruta migratoria de un gran número de aves, a veces, y si la suerte acompaña, se puede seguir su partida o llegada, un espectáculo único que puede durar algunos días.

Regresemos a Vila do Bispo, situada en el Parque Natural del Sudoeste Alentejano y Costa Vicentina, uno de los pocos lugares de la región del Algarve donde la naturaleza salvaje, aliada a un patrimonio histórico cultural riquísimo, se mantiene intacta, para dirigirnos a Aljezur, también dentro del territorio del parque. Aquí, en su hábitat natural, están identificadas 200 especies de aves, 750 plantas, de las cuales 46 son exclusivas de Portugal y 10 de ellas existen únicamente en esta área. En la costa se encuentran 460 especies de algas, destacando la producción del ágar-ágar.

Pasaremos por Carrapateira, enconchada en las dunas y donde según los surfistas se produce la ola casi perfecta. La aldea creció junto al río y el fuerte envolvió la ermita ya existente. También puede visitarse el Museo del Mar y de la Tierra de Carrapateira, que dibuja un retrato de la vida de los pescadores/labradores.

Un poco más adelante, Bordeira posee raíces que se remontan a tiempos prehistóricos. La cultura mirense, (7000 a. C.) de pueblos nómadas que se desplazaban entre la desembocadura del río Mira, en el Alentejo, y la playa de Burgau, en el Algarve, también dejó sus huellas.

Aljezur se divide entre los dos lados del río, de un lado, el pueblo viejo con sus casas en anfiteatro en la ladera de la colina y, del otro, la villa nueva en la marisma de la margen izquierda del río, que llaman río Aljezur.

Se dice que el antiguo castillo morisco es uno de los castillos representados en la bandera portuguesa, siendo el último conquistado en tierras algarvías. Estamos en la tierra de la patata dulce, de cáscara roja y pulpa de un amarillo solar, blanda y jugosa.

Con ella se hace el relleno de bollos deliciosos y está presente en la fabulosa feijoada de patata dulce de Aljezur.

Cuenta la leyenda de los Caballeros de Santiago que, capitaneados por Don Paio Peres Correia antes de cada importante batalla, utilizaban una poción revitalizante, pues cargar con armas y armaduras de hierro no debía ser tarea fácil. El vigor de la invasión y la rapidez en la toma del castillo de Aljezur dejó a los moros boquiabiertos, ya que desconocían la poción de los caballeros cristianos y sus resultados. La conquista se produjo en 1249 y la poción milagrosa… es la famosa feijoada de patata dulce de Aljezur.

En el litoral del municipio dominan los acantilados, intercalados entre dunas y playas. Hay piscinas naturales encastradas en las rocas que entran mar adentro, con aguas frescas y fondos límpidos.

Dejemos el Parque Natural de la Costa Vicentina para embreñarnos por la EN 267 en la Sierra de Espinhaço de Cão, por entre matas de pinos, eucaliptos y alcornoques.

Marmelete aparece ante nosotros en plena sierra, una pequeña aldea tranquila de donde parten recorridos forestales cortados en pizarras de tono ocre, diferentes del granito ceniza que caracteriza la gran Sierra de Monchique, algunos kilómetros más adelante.

Monchique está situada en un valle de clima delicioso. Los castaños forman magníficos bosques y las aguas se despeñan en cascadas. Se crearon centenares de kilómetros de paseos pedestres que unen bosques naturales, jardines botánicos y sitios de interés histórico.

En la pequeña ciudad hay hortensias y camelias por todos los lados y el Largo de São Sebastião (San Sebastián) es de paso obligatorio, así como la Iglesia parroquial y el convento de Nossa Senhora do Desterro (Nuestra Señora del Destierro), ruina rodeada de arboleda, con un admirable panorama y donde se encuentra el mayor magnolio de Europa, catalogado como árbol monumental.

La cocina de Monchique es interesante y con combinaciones harto curiosas, como los platos con judías o castañas y el asado de cerdo, y donde hay que resaltar los embutidos caseros y los jamones serranos, curados a la antigua. En los dulces, destaca el bolo de tacho y el pudín de miel. Tierra de madroño, su aguardiente es famoso, y allá por Carnaval los productores aceptan visitas guiadas a una destilería, donde los frutos rojos se transforman en agua de vida.

Por las volutas de la sierra subiremos hasta Fóia, en busca de los horizontes más amplios del Algarve. La Quinta de S. Bento, antigua casa de vacaciones de los Duques de Bragança, posee una curiosa cocina medieval, deliciosa tanto en la gastronomía como en su arquitectura.

Si el día estuviese despejado, avistaremos al sur Portimão y Lagos, manchas claras junto al mar, o los picos de Arrábida al norte.

Caldas de Monchique está situada en la bajada de la montaña, donde brota un agua suave, pura y cristalina, que los romanos bautizaron de “sagrada”. Ellos construyeron las primeras termas para alivio del reumatismo y afecciones de las vías respiratorias. Un paseo entre eucaliptos y alcornoques nos deja en la cima de Picota, cuyos declives ofrecen una vista magnífica.

En Porto de Lagos, la antigua Lacóbriga de los romanos, construida en anfiteatro sobre la margen derecha del río, atravesamos el puente para seguir rumbo a Silves. La morisca Shielb se nos aparece arrodillada junto al castillo que domina el paisaje de alrededor. Esta es la ciudad algarvía donde la herencia islámica es más patente. Aquí vivieron sabios y poetas del Al Gharb (El Occidente) y del Al Andalus, el poderoso califato que dominó la Península Ibérica durante siglos.

Las puertas de la ciudad se abren hacia las murallas que todavía hoy guardan el castillo, cuyas almenas nos proporcionan una especie de paseo alado, con vistas al río Arade que corre perezoso allá abajo.

Por el Museo Arqueológico desfilan siglos de historia. Lo más curioso, no obstante, es su arquitectura moderna, en torno a la cisterna del s. XII de más de 20 metros de profundidad y con una escalera en galería para llegar al fondo. Por la noche, sabiamente iluminado, el Castillo gana contornos misteriosos y las leyendas de las moras encantadas adquieren súbitamente sentido.

La leyenda de la Cisterna Grande del Castillo cuenta la desdicha de una princesa que, en la noche de San Juan (solsticio de verano) navega en las hondas aguas, usando un barco de plata con remos de oro. Desconsolada, entona tristes canciones. Y solo podrá salir de allícuando un príncipe moro pronuncie las palabras mágicas que la desencantarán.

No partiremos de Silves sin probar el morgado, una de las mejores recetas de este dulce tan típico en la sierra algarvía.

Para visitar también otros sitios de la región, utilizaremos la Vía do Infante (A22), cuyo acceso queda a cerca de 3 km de la ciudad. En un instante estaremos en el nudo que nos conducirá a Loulé.

Descendiendo lo que resta de sierra estaremos de nuevo en Faro. Si estos caminos le abrieron el apetito, pruebe entonces las restantes rutas que proponemos y que darán a su estancia de vacaciones un sabor diferente, genuino, en el que el tiempo tiene un valor diferente, lento, sabroso y agradable, al más puro estilo algarvío. Exactamente como deben ser las vacaciones.

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